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San Severo, de acuerdo con la tradición medieval, fue obispo de Barcelona y mártir de la persecución Diocleciana.

En el año 304 vino de Roma la orden de combatir a los cristianos.

San Severo huyó hacia Castrum Octavianum, lugar donde después se levantaría la ciudad de Sant Cugat del Vallès. Allí fue detenido por un destacamento romano y, al no renunciar a su fe, fue muerto clavándole un clavo en la cabeza.

El 3 de agosto de 1405, el rey Martín el Humano consiguió de los monjes de Sant Cugat el traslado de parte de las reliquias de San Severo a la Catedral de Barcelona.